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Entendiendo la sexualidad desde una perspectiva Bíblica


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Introducción:

En la vastedad del pensamiento humano, pocas cosas han suscitado tanto misterio y reflexión como la sexualidad. Desde el amanecer de la consciencia hasta el crepúsculo de las civilizaciones, la sexualidad ha sido tanto celebrada como restringida, elevada y, en ocasiones, malinterpretada. La perspectiva bíblica, enraizada en las antiguas páginas del Génesis, presenta una visión donde la sexualidad no es meramente funcional, sino un entrelazado divino de lo físico con lo espiritual. Al explorar la narrativa bíblica, nos adentramos en un relato que articula una comprensión de la sexualidad imbuida de propósito, identidad y una moralidad que refleja la misma imagen de lo divino. Este artículo se sumerge en las aguas de las Escrituras para desentrañar la visión bíblica de la sexualidad la cual ha dado forma a la ética, las relaciones humanas y la espiritualidad a lo largo de milenios, ofreciendo un eco que aún resuena en los corredores de la discusión moderna.

 

En el principio…

El Libro de Génesis es el primero de la Biblia constituyendo la intencionalidad de Dios a favor de la creación narrando el origen del mundo, la intervención creativa de Dios y los primeros pasos de la humanidad. Génesis no solo sienta las bases del cosmos y de la vida, sino que también establece los primeros paradigmas sobre la naturaleza humana, el propósito y la moralidad, ejerciendo una influencia profunda en la comprensión teológica y cultural del Judaísmo y el Cristianismo. "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó." Génesis 1:27.

El primer capítulo establece el fundamento de normas éticas y morales que han modelado la civilización occidental. En el contexto de la sexualidad, Génesis propone una visión que valora profundamente la relación humana, la complementariedad y la unión matrimonial. Génesis presenta el relato de creación en seis días. Los días 1 al 3 observamos la formación de los entornos, luz y obscuridad, cielo, mar, y vegetación. Los días 4 al 6 se observa la población de estos entornos, a saber: sol, luna, estrellas, animales marinos y aves, animales terrestres y finalmente los humanos. En el séptimo día Dios descansa, santificándolo.


En este primer relato, la humanidad (hombre y mujer) Dios creó simultáneamente en el sexto día, siendo ambos hechos a imagen y semejanza de Dios, lo que implica dignidad inherente y un propósito divino compartido.

Génesis deja claro que la "humanidad" a imagen de Dios incluye tanto a hombres como a mujeres. El mismo punto se repite en Génesis 5:1-2, “El día que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó, y los bendijo”.


Todas las personas, incluidos ambos sexos, tienen el estatus de llevar la imagen de Dios.

En el albor de la creación, el Gran Artífice tejió los mares y la tierra, contemplando su obra y proclamando su bondad. Bordó con su palabra el tapiz verde de la naturaleza, y en cada nuevo brote y estrella, encontró eco de su perfección. Mas en el silencio de lo inmaculado, al contemplar a Adán, la única criatura que respiraba el hálito de la consciencia, Dios musitó una disonancia en la armonía de la existencia: "No conviene que el hombre esté solo".


En la primera sinfonía del cosmos, se nos descubre un Creador que habla en plural, "Hagamos al ser humano a nuestra imagen", un enigma que nos invita a danzar en el misterio de un diálogo celestial eterno. A medida que la revelación se despliega, la divinidad se nos muestra en un tríptico de relaciones, la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una comunidad perenne en los confines del eterno.


Si la soledad no habitaba en el corazón de lo divino, ¿por qué Adán, espejo y reflejo del divino, habría de caminar solo entre las criaturas del Edén? Observando a Adán, imagen de Su ser, Dios percibe la ausencia de un reflejo viviente que camine a su lado, un compañero que compartiera el pulso de la vida y la comunión frente a la vastedad de lo creado.


Este abismo de soledad revela un enigma para Adán, un reflejo imperfecto del tejido comunal de su Hacedor, una nota faltante en la melodía de la creación. Y así, en un acto de amor profundo y comprensión, Dios declara la intención de tejer un contrapunto para Adán, un ser afín y complementario, "una ayuda idónea", para que en la danza de dos, la imagen de lo Alto se refleje en la unidad del amor humano, sellando el himno de la creación con una armonía compartida.

 

La primera boda

En respuesta a esta situación, Dios induce a Adán en un profundo sueño. Durante este estado, toma una de las costillas de Adán y, a partir de ella, forma a Eva, ofreciéndole a Adán una compañera perfecta. Al despertar, Adán se encuentra con Eva y, conmovido por su presencia, expresa su alegría y gratitud a través de un cántico dedicado a su compañera: 

"Esto es ahora / hueso de mis huesos y / carne de mi carne; / ellá será llamada 'mujer', /porque del hombre fue formada" (Génesis 2:23).


Las palabras iniciales pronunciadas por el primer humano en las Sagradas Escrituras constituyen un himno de amor. Dios, con una sonrisa (digo yo), se hace eco de esa melodía amorosa y declara: "Por lo tanto el hombre dejará a su padre y madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:24). En ese sagrado momento, al pronunciar estas palabras, Dios instituye la sagrada unión del matrimonio.

Jesucristo reafirmó la creación humana de ambos sexos cuando dijo: cuando “¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra, y añadió: ‘Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne’? Por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mateo 19:4-6). 


La historia de la Biblia comienza y termina con una boda. En Génesis leemos acerca de la primera boda de todos los tiempos: Adán y Eva. Y el Apocalipsis termina con la boda del cielo y la tierra. El matrimonio se concibe como una entidad originada en la creación misma, no como una invención cultural. A lo largo del relato del Génesis, la humanidad es reconocida por una miríada de logros: la ciencia, la tecnología, las bellas artes, la arquitectura, la planificación urbana; sin embargo, el matrimonio es una excepción notable. Este no es un constructo humano sino un legado divino que se remonta a la intención original de Dios.


Durante la primera ceremonia nupcial, la declaración de Dios es: "serán una sola carne".  La pronuncia con la palabra hebrea "echad", cargada de significado y profundidad. Esta palabra, al unirse con "carne", sugiere una fusión al nivel más íntimo y profundo. Curiosamente, "echad" es también la misma palabra empleada para describir la unicidad de Dios en la oración central de la fe judía, el Shemá: "Oye, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es". Así, Dios mismo es descrito como una entidad profundamente unificada.


En el santuario del matrimonio, las almas encuentran un espejo de la unidad suprema; es un vislumbre de la comunión sagrada tejida en la trama de lo divino. Los textos antiguos del hebreo bañan al consorte con una frase que resuena como 'todo de uno', un término que se despliega en ecos de 'compañero' o 'alma gemela', sugiriendo así que en el otro se halla el amigo más íntimo, el confidente supremo, entrelazado por lazos que van más allá del afecto, hasta lo más profundo de la querencia y el cariño inmarcesible.


En la narrativa bíblica de Génesis 2, observamos un relato íntimo de la creación que destaca la especial formación del hombre y la mujer. Dios forma a Adán del polvo de la tierra y sopla en sus narices el aliento de vida, ilustrando la unión de la materia y el espíritu en el ser humano. Esta narrativa continúa con la construcción de un entorno paradisíaco: el jardín del Edén, con el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal, simbolizando tanto la provisión divina como la moralidad innata.


Eva, formada de una costilla de Adán, no es solo un acto de creación sino también un establecimiento de la igualdad y la interdependencia en la relación de pareja. Al ser presentada como "ayuda idónea", la Biblia no solo describe una función auxiliar sino una asociación de apoyo mutuo y complementariedad, donde ambos reflejan la imagen y el carácter de Dios.

Esto establece el matrimonio como una unión profundamente conectada con la naturaleza de Dios y su deseo para la humanidad: una relación marcada por el amor, la cooperación y la unidad en la diversidad.

 

Fecundidad

Génesis 1:27-28 recalca esta igualdad ante Dios, creando tanto al hombre como a la mujer a su imagen, lo que les confiere un valor intrínseco y un papel compartido en el mandato divino, reforzando la dignidad de ambos sexos y subraya la procreación como una extensión del acto creativo de Dios, invitándolos a participar en la continuación de la vida y el cuidado de la creación. En este sentido, "ser fecundos y multiplicar" trasciende la mera reproducción biológica y se convierte en un llamado a cultivar la vida en todas sus formas, reflejando así la abundancia y la generosidad del Creador.


"Ser fecundos" en la Biblia representa un mandato divino que va más allá de la simple multiplicación de la especie. Para Adán y Eva, y posteriormente para Noé y su familia, implicaba no solo repoblar la tierra después de eventos primordiales como la creación y el diluvio, sino también el privilegio y la responsabilidad de engendrar descendencia como una continuación del plan divino en la tierra.


Esta instrucción simboliza una visión de la sexualidad profundamente arraigada en el propósito de Dios, confiriendo igual valor y dignidad a hombres y mujeres y enmarcando la procreación como una función intrínsecamente sagrada.


Además, en las Sagradas Escrituras, el origen de la mujer a partir del hombre refuerza la unidad y complementariedad dentro del matrimonio, estableciendo este pacto no solo como una base para la familia sino como un símbolo de apoyo mutuo, amor y compañerismo. El mandato de "ser fecundos", reiterado a lo largo de las generaciones bíblicas, resuena como un eco del deseo divino por una humanidad que crece no solo en número sino en consonancia con su presencia y voluntad en la creación.

 

El sexo en el matrimonio

La Escritura, con voz firme y gentil, eleva el matrimonio a un acto de comunión sagrada, preservado entre hombre y mujer, donde el amor florece en el jardín cerrado de la fidelidad. Nos exhorta el escritor de Hebreos, en un verso bordado con seriedad celestial: "Honroso sea en todos el matrimonio, y puro el lecho nupcial; pues los impuros y los adúlteros serán juzgados por Dios"(Hebreos 13:4).  Es un canto que resuena en el Nuevo Testamento, una proclamación de que el matrimonio es una corona otorgada por lo Alto, una institución que se debe honrar como reflejo del divino.


La frase "pues los impuros y los adúlteros serán juzgados por Dios" advierte sobre las consecuencias de las acciones sexuales fuera del matrimonio. El término "impuros" aquí se refiere a aquellos que participan en prácticas sexuales consideradas inmorales o prohibidas por las enseñanzas bíblicas, y "adúlteros" se refiere a los que tienen relaciones sexuales fuera de su matrimonio. La advertencia de que serán "juzgados por Dios" subraya la creencia de que Dios es el juez final de todas las acciones y que hay consecuencias divinas para aquellos que transgreden sus mandatos, especialmente en lo que respecta a la santidad del matrimonio. El matrimonio se alza, en el coro de las Escrituras, como un pacto de honor y pureza, un lecho nupcial mantenido en castidad, una unión que refleja la gracia divina. Es exaltado en las páginas las Escrituras como una joya preciosa otorgada por el Divino, merecedora de respeto y consideración, reflejando así la santidad de la unión bendecida por el cielo.


Tal es la enseñanza de Pablo en 1 Corintios, donde el matrimonio se remonta como un baluarte contra las tempestades de la pasión errante, un llamado a qué los esposos se entretejan en deberes de amor, y qué en su entrega mutua, encuentren un escudo contra la tentación. Insta a que en la danza de la entrega y la aceptación, no se retenga el uno al otro la dulzura de la intimidad prometida.


En el lienzo del matrimonio, los pinceles de la Biblia trazan los contornos de una danza de respeto y amor profundo. Efesios entona un himno de roles entrelazados, donde los esposos se invitan a amar con la profundidad con la que Cristo amó a la iglesia, y las esposas a ofrecer un respeto que anida en la confianza y el honor. Es una sinfonía de sacrificio y consideración que pinta los fundamentos de la unión conyugal.

Y en este mural de amor y compromiso, los principios bíblicos sobre la intimidad matrimonial susurran un llamado a la pureza y la rectitud, un reflejo de la santidad divina en el susurro de lo cotidiano. No solo custodian la unidad y lo sagrado del vínculo matrimonial, sino que abrazan la dignidad de cada alma dentro de la comunidad de fe. Siguiendo estos preceptos, los fieles se tejen en una vida que eleva a Dios en la sinceridad de sus cuerpos y en la pureza de sus corazones, una celebración del valor inmenso que Dios coloca en la santidad personal y la lealtad conyugal.


Pablo, con su pluma impregnada de sabiduría celestial, nos habla de un acuerdo tácito en la danza conyugal: la abstención compartida de la intimidad física. Es un baile de consenso, donde el honor y la paridad tejen su hilo de oro a través del vínculo matrimonial, contrarrestando cualquier nota discordante que pudiera surgir de decisiones aisladas. En tiempos de reflexión y oración, sugiere que el amor a veces puede esperar, adoptando un silencio sagrado, siempre que tal pausa sea un eco del acuerdo mutuo y del deseo de buscar juntos la presencia divina.


El apóstol nos advierte del reloj de arena de este retiro espiritual, prescribiendo un retorno pronto a la unidad, como guardianes frente a los vientos de tentación que buscan desviar. El llamado a reanudar la comunión íntima subraya el valor del tacto y la cercanía en el jardín del matrimonio, como vallas que resguardan el amor sagrado.


La doctrina paulina nos invita a considerar el matrimonio no solo como una entidad que debe ser nutrida en su salud espiritual, sino también en la armonía de los placeres compartidos. Este vate de lo divino destaca la importancia de la conversación abierta, de la honestidad que debe florecer en los campos del acuerdo, cultivando un terreno fértil para el crecimiento mutuo en todos los aspectos del ser.


Para Pablo, la unión sexual no es un acto de trivialidad, sino una comunión de almas, entrelazadas tanto en la carne como en el espíritu, un entramado que fortalece el lazo matrimonial. La pausa intencional en la intimidad, dedicada al diálogo con lo Alto, es un reconocimiento de la riqueza del ser en su totalidad, una sinfonía que entona la plenitud del matrimonio, donde cuerpo, mente y espíritu se unen en una sola canción ante el altar de la vida compartida.

 

La sexualidad y el amor romántico

Imposible deletrear el concepto de la sexualidad ante la luz de las escrituras omitiendo el "Cantar de los Cantares". El mismo se destaca dentro de la Biblia por su contenido poético que celebra el amor romántico y la sexualidad. No hay nada de malo en los sentimientos de amor romántico. La primera canción de Adán en Génesis 2 y la canción más larga en Cantar de los Cantares, son celebraciones del amor romántico. El enamoramiento es para disfrutar, disfrútalo. Somos criaturas emocionales. Dios nos hizo así. Los sentimientos románticos son un regalo del Dios Creador.


A diferencia de otros libros bíblicos que abordan el tema de la sexualidad en contextos legales, morales y procreativos, "Cantar de los Cantares" se enfoca en la alegría, el deseo y la pasión que existen dentro de una relación amorosa.

En el corazón de muchas tradiciones judías y cristianas, el "Cantar de los Cantares" es una metáfora lírica de la comunión entre lo divino y lo humano, reflejando la conexión entre Dios y Su pueblo, o entre Cristo y la Iglesia. Así, el amor humano y la expresión de la sexualidad son vistos no solo en su manifestación física sino como espejos de un amor más grande y divino, confiriendo al acto sexual una calidad espiritual y una consagración.

Brevemente, aquí hay algunas maneras en que este libro expresa la alegría del sexo matrimonial:

 

1. Celebración del Deseo Mutuo

El "Cantar de los Cantares" se eleva como un himno sublime al amor sensual y a la mutua fascinación que embriaga a los amantes. Se entrelaza una celebración de la belleza física con la poesía del deseo en un tapiz de palabras que halagan y adoran. Tal como se declara en Cantares 4:7, "Eres toda hermosa, mi amor, en ti no hay mancha", el poema eleva la perfección del ser amado. En Cantares 7:1, "¡Qué hermosos son tus pies en las sandalias, princesa!", se exalta la gracia de la amada con metáforas que resplandecen, comparando sus formas con las más exquisitas creaciones artísticas.


Estos versos destilan la esencia de que el anhelo y el deseo son hilos dorados en el tejido de la sexualidad humana, representando estos sentimientos como expresiones divinas de la creación. La belleza del otro es vista como un reflejo de la divinidad, y el deseo, lejos de ser censurado, es honrado como un componente vital de la conexión humana y del regocijo en la intimidad que la vida ofrece.


2. Intimidad Emocional y Física

La saga de amor en "Cantar de los Cantares" trasciende el mero deleite de los sentidos para sumergirse en las aguas profundas del afecto y la comunión espiritual. No es solo la carne la que se celebra, sino también el entrelazamiento de las almas que se reconocen y proclaman su unión. Como se canta en Cantares 2:16: "Mi amado es mío y yo soy suya; él apacienta entre los lirios", hay una declaración de posesión recíproca y exclusiva que va más allá de la posesión física, hablando de una pastura en los campos floridos del corazón y del espíritu.


Este pasaje borda el lienzo del amor con hilos de posesión y cuidado mutuos, enfatizando la robustez del lazo emocional que actúa como columna vertebral de la relación. No solo cuerpos entrelazados, sino también corazones sincronizados, donde cada latido resuena con el nombre del otro, y cada pensamiento se posa suavemente en los pétalos de los lirios que simbolizan la pureza y la belleza de un amor que es total y absolutamente compartido.

 

3. El Placer Sensorial

La obra se regocija en la orquesta de los sentidos: el sabor, el aroma y el tacto, que son celebrados como protagonistas en el concierto del placer sensual. Cantares 1:2 canta: "¡Que me bese con los besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino." En esta estrofa, el vino, con toda su riqueza y profundidad, sirve de metáfora para ilustrar la embriaguez y la exquisita dulzura inherente a los besos y al contacto íntimo.


Este verso, impregnado de la sensualidad del vino, evoca la potencia de la pasión que supera la ebriedad de la bebida más fina, comparando el estallido de sabor en el paladar con la ternura de un beso que transporta más allá de lo terrenal. Así, la intimidad física se entrelaza con la degustación sensorial, cada una realzando y complementando la riqueza de la otra.

 

4. La Naturaleza Sacramental del Sexo.

El texto sagrado en Cantares 8:6-7 implora:

 

Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque el amor es fuerte como la muerte... Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos.

 

Esta poderosa imagen sugiere que el amor, y por ende, su expresión física a través de la sexualidad, porta la fuerza de un torrente inextinguible que supera incluso la finalidad de la muerte. La magnitud del amor aquí descripta se erige en una realidad que se extiende más allá de los límites terrenales, hablando de un vigor y una intensidad de sentimientos que trascienden la mera existencia ordinaria, alzándose en un plano de eternidad y sacralidad.

 

5. La Exaltación de la Relación Comprometida

El libro, si bien es un canto a la pasión y el anhelo, no menosprecia los altares del compromiso y la lealtad. Cantares 2:7 nos exhorta: "Os conjuro, oh hijas de Jerusalén... que no despertéis ni hagáis despertar el amor, hasta que él quiera." Este mandato es un emblema de prudencia, un recordatorio de que el amor en su plenitud sexual debe emerger en su propio tiempo divino, no antes, siendo así una exhortación a la mesura y al respeto por el ritmo sagrado del amor que debe florecer en un jardín de dedicación y consentimiento mutuo.


En conclusión a esta sección, el "Cantar de los Cantares", la alegría del sexo es una celebración del amor físico, emocional y espiritual que existe entre dos personas comprometidas. Este libro de la Biblia presenta una perspectiva positiva y sagrada del sexo que celebra la belleza de la intimidad, la pasión y la fidelidad en las relaciones humanas, a la vez que reconoce y santifica el deseo sexual como un regalo divino.

 

La soltería como vocación

La Biblia aborda el estilo de vida de los solteros principalmente a través de las enseñanzas de Jesús y de Pablo en el Nuevo Testamento. Ambos resaltan que tanto el matrimonio como la soltería son dones de Dios y tienen propósitos específicos dentro del plan divino.


Las Sagradas Escrituras delinean la senda de la soltería no como un mero accidente de la vida, sino como una estación con propósito divino, resaltada principalmente en las enseñanzas de Jesús y las epístolas de Pablo. Aquí se nos invita a reconocer tanto el matrimonio como la soltería como regalos divinos, cada uno con su especial papel en el gran diseño de Dios.


Los pasajes fundamentales que nos sirven de guía son las enseñanzas de Jesús en Mateo 19:12 y Lucas 20:34-36; y las enseñanzas de San Pablo 1 Corintios 7:7-8, 32-35; 9:5.

Me limito a comentar brevemente las escrituras donde hallamos los acordes que componen la sinfonía de la vida en soltería.


La Enseñanza de Jesús

Porque hay eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y también hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte” (Mateo 19:12).

 

En la enseñanza de Jesús, la figura del eunuco trasciende la literalidad de la castración física para simbolizar una vida de abstinencia sexual y, en un sentido más amplio, una vida sin matrimonio. Así, el concepto de 'eunuco', aunque históricamente masculino, se amplía para abarcar a cualquier persona que elige la soltería como expresión de su compromiso espiritual.


Esta interpretación se alinea con la visión inclusiva de las Escrituras, que valoran la decisión tanto de hombres como de mujeres de vivir en soltería con el fin de consagrarse plenamente al servicio divino, tal y como lo reflejan los escritos de Pablo en 1 Corintios 7:7-8, 32-35; 9:5.


En el tapiz de sus palabras, Jesús nos presenta un tríptico de existencia singular: primeramente, aquellos cuya condición innata les impide participar en el entretejido del amor físico; en segundo lugar, los que fueron despojados de su potencial generativo por la mano del hombre, custodios silenciosos en los corredores del poder; y, finalmente, aquellos que eligen la soltería por el llamado al Reino de Dios.  


Primero "nacieron así del vientre de su madre" se refiere a individuos que, debido a condiciones congénitas, se encuentran fuera de las expectativas tradicionales de la sexualidad y el matrimonio. Estas condiciones podrían incluir una serie de diferencias físicas presentes desde el nacimiento. Algunas personas, enfrentadas con ciertas limitaciones físicas o diferencias en su anatomía, podrían no participar en relaciones sexuales típicas.


Segundo, en otras situaciones Jesús dice:  “son hechos eunucos por los hombres” es decir, por otros; una práctica extraña al pensamiento occidental moderno, pero común en la antigüedad, especialmente en los palacios reales. En estas estancias de poder, los servidores, a menudo encargados de preservar la pureza del harén, eran privados de su potencial reproductivo sin su consentimiento, víctimas de las decisiones y los poderes que estaban más allá de su control personal.


Esta realidad de poder, presente tanto en tiempos pasados como actuales, nos enseña que la vida está repleta de encrucijadas donde las elecciones parecen escasas o inexistentes. No obstante, en la figura redentora de Cristo, incluso en esos momentos de aflicción profunda y sueños fracturados, la soltería se puede revelar no simplemente como una condición impuesta, sino como un espacio sagrado para el florecimiento del alma y la reinvención personal.


Cuando la soltería no es una elección sino una condición impuesta por las vueltas del destino, puede, sin embargo, convertirse en el umbral hacia una vocación sagrada que se abraza con deliberación y esperanza. Mediante la introspección y el crecimiento espiritual, junto con un firme compromiso hacia la autenticidad personal y los valores íntimos, esta senda inesperada puede florecer en una vocación genuina y profundamente sentida.


Tercero, Jesús dice: “se hicieron eunucos” es decir, nos habla de aquellos que, por propia elección, se han apartado del matrimonio para consagrarse a un sendero distinto. No siempre fue la llamada original de sus corazones, pero en la travesía del tiempo y entretejiendo las experiencias de vida, surge la vocación hacia la soltería, revelándose como un susurro que, escuchado con atención, puede convertirse en un canto de autenticidad y serenidad.

Este viaje hacia la soltería se torna un peregrinar hacia la verdad del ser, donde el compromiso con uno mismo y el servicio a la comunidad del Reino se entrelazan en una danza de propósito profundo, tal vez tan pleno como el que se vive en compañía de un otro. La Escritura siembra esta verdad: que cada sendero, incluida la soltería, es tierra fértil para el crecimiento y la entrega al mundo En este hálito de vida, elegir la soltería, ya sea por designio del destino o por elección consciente, es abrirse a una existencia de plenitud insospechada, distinta pero no por ello menos llena.


A lo largo de las eras, han florecido almas que, ya sea por elección o por el azar del destino, han adoptado este modo de vida como una ofrenda al servicio de un llamado más elevado. El tapiz del mundo llevaría menos color si no fuera por aquellos que, abrazando la soltería, han labrado senderos hacia lo sublime, en honor a Cristo. Así pues, consideremos la soltería no simplemente como una alternativa al matrimonio, sino como una sublime declaración de fe y entrega, en la cual el alma se consagra a las divinas melodías de la espiritualidad y su noble misión. Jesús nos ofrece estas palabras sobre tal vocación, invitándonos a la reflexión y a la aceptación: “El que pueda aceptar esto, que lo acepte.”


El segundo pasaje en Lucas dictado por los labios de Jesús indica la brevedad del matrimonio como plan de Dios. La cita bíblica refleja esta enseñanza: Y Jesús les dijo: Los hijos de este siglo se casan y son dados en matrimonio, pero los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni son dados en matrimonio; porque tampoco pueden ya morir, pues son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (Lucas 20:34-36).


A menudo, en la espiral de la vida diaria, las realidades del matrimonio y la intimidad parecen ser eternas, pero Jesús nos recuerda que estas uniones son transitorias. En su visión de la eternidad, explica que en la resurrección no existirá el matrimonio como lo conocemos existiendo en un estado de comunión pura y directa con Dios. Aquí, el mensaje central es que nuestra relación con Dios es la esencia duradera que sobrepasa cualquier lazo humano. El estado marital, por lo tanto, se ve como una fase temporal en la existencia humana. Con estas palabras, Jesús abre un horizonte en el que la mortalidad y sus instituciones ceden paso a una realidad más elevada y eterna, una donde las relaciones terrenales ceden ante una existencia espiritual que se entrelaza con la inmortalidad y la santidad.


La Enseñanza de San Pablo.

En la Primera Epístola a los Corintios, 7:7-8 y 32-35, y 9:5, Pablo se sumerge en la reflexión sobre la soltería, destacando esta condición no como un estado de carencia, sino como una oportunidad única para una consagración más íntegra al servicio divino. Afirma su preferencia personal por la soltería, anhelando que otros pudieran experimentar la misma libertad de preocupaciones terrenales que él disfruta.


Sin embargo, reconoce la diversidad de los dones: algunos están llamados al matrimonio, mientras que otros, como él, están dotados para la soltería. Para Pablo, la soltería es una puerta abierta hacia una dedicación más plena a las cosas del Señor, un camino que permite servir sin las distracciones inherentes a la vida conyugal.


Pablo dice: "Desearía que todos los hombres fueran como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios: uno de una manera, otro de otra. A los solteros y a las viudas les digo que es bueno para ellos quedarse solos como yo... El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor” (7:32-35).


En 1 Corintios 9:5, Pablo aborda la cuestión del matrimonio desde un ángulo práctico y personal, defendiendo el derecho de los apóstoles a casarse con una esposa creyente, tal como lo hacen los demás apóstoles y los hermanos del Señor. No obstante, destaca su elección de no ejercer ese derecho como una elección consciente para concentrarse en su misión apostólica, ejemplificando con su vida el valor que ve en la soltería para aquellos que se dedican por completo al ministerio: "¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una esposa creyente como también los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas?" (I de Corintios 9:5). La trama de la vida privada de San Pablo, y las incógnitas sobre su posible matrimonio o viudez, se pierden en las brumas de la historia no escrita. Las Escrituras no se extienden en detalles de un vínculo matrimonial o el duelo de un amor perdido en su relato. No obstante, los debates teológicos y las disquisiciones históricas han bordado hipótesis alrededor de las tradiciones y normativas farisaicas de su era.


Como fariseo, guardián de la ley judía, es probable que Pablo conociera las expectativas matrimoniales de su cultura, un pilar de la existencia adulta según la costumbre. Tales conjeturas han llevado a pensar que, quizás, antes de abrazar la fe cristiana, él pudo haber conocido la compañía conyugal. En sus cartas, específicamente en el texto que abordado, Pablo reivindica el derecho nupcial, aunque no proclama la posesión de tal lazo. Esta omisión ha persuadido a muchos de su soltería apostólica.

Ante la ausencia de pruebas fehacientes, la certeza se desvanece. Carecemos de testimonios bíblicos o registros históricos que despejen el velo sobre la vida conyugal pasada de Pablo. Por ende, su estado civil previo a su conversión permanece en el reino de lo no revelado, un enigma reservado en las páginas no escritas del tiempo.


Así, Pablo establece un marco en el que la soltería y el matrimonio son vistos no como opuestos, sino como distintas manifestaciones de la gracia de Dios, cada uno con su propio conjunto de responsabilidades y bendiciones.  La esencia de su mensaje nos alienta a reflexionar sobre cómo nuestra vida, más allá del estado civil en que nos encontremos, puede alinearse con el propósito de honrar a Dios, ya sea a través de la dedicación en la soltería o el compromiso en el matrimonio.


Estos pasajes brevemente enfrentados, reflejan una visión bíblica que valora la soltería como una oportunidad para dedicarse sin dividir el interés entre las preocupaciones terrenales y las espirituales. El estilo de vida soltero es presentado no como un estado inferior al matrimonio, sino como una vocación diferente que permite un enfoque y una dedicación distintos en la vida de fe.


Desvíos Sexuales

La Biblia no solo teje principios sobre la sexualidad para debates de naturaleza teológica, sino que también los entrelaza con el tejido de la existencia cotidiana y las interacciones sociales. En el corazón de su mensaje, la sexualidad es filtrada por el cristal de la divinidad y el orden escritural, reflejando lo que se percibe como el diseño de Dios para las uniones íntimas entre seres humanos. En este contexto, la sexualidad matrimonial se eleva como el ideal, un reflejo de la unión y la integridad que se busca en las relaciones humanas, al tiempo que se señalan y se apartan aquellas prácticas que se desvían del camino marcado por dichas enseñanzas sagradas.


La Iglesia primitiva se destacó por su espíritu inclusivo dando la oportunidad a todos los que buscaban la fe y el arrepentimiento. San Pablo articuló la composición de la sociedad que fue redimida de estilos de vida cambiados por la gracia y el poder de Dios en I de Corintios 6:9-11: “¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.”


A lo largo de la historia, las comunidades de fe han sostenido el mandato de amar y recibir a todos con un amor que refleja la acogida y la inclusión que Jesucristo mismo mostró. Este llamado es para todos, incluida la comunidad LGBTQ+, animándolos a considerar cómo sus vidas pueden ser un reflejo de los principios y valores descritos en las Sagradas Escrituras en su acercamiento a Dios. Este camino hacia Dios está abierto a todos, no excluye a nadie; invita a cada persona a un proceso de transformación y renovación de vida por medio de un encuentro personal con Dios y el estudio de la Palabra.


La iglesia, movida por un espíritu de amor y verdad, aspira a ser un faro de esperanza y un puente hacia una vida que rinda honor a los principios divinos, motivando a todos a vivir de manera coherente con el plan y los propósitos de Dios revelados en su Palabra. Esto se evidencia claramente en el trato de Jesús con aquellos que dialogaron y escuchaban sus palabras informándoles dentro de sus varios contextos vivenciales. La trasformación que conlleva en evangelio se aprecia en cada instancia y es sorprendentemente ilustrada en el caso de la mujer acusada de el desvío sexual del adulterio en Juan 8:1-11.


Ante tal alma descarriada, Él no profería: "Eres un ser deplorable, sin luz ni esperanza”. Tampoco justifico o excusó la conducta de la mujer diluyendo, simplificando las cosas con un "No pasa nada; no te preocupes; sigue como ibas". Más bien, creía firmemente que, con su soplo divino, los pecadores hallarían en su esencia la semilla para florecer en santos. No se valía de la lluvia áspera de reproches, pues ya sabían de su dolorosa caída; ni justificaba su ritmo de vida como una de tantas opciones correcta.  En cambio, les revelaba un amanecer desconocido: que en sus almas yacía la silueta de santidad aún no descubierta.

           

Es en Juan 8:11 que se escuchan las admirables palabras bañadas de sabiduría en el contexto de Jesús confrontando a quienes estaban listos para condenar a una mujer sorprendida en adulterio.  Jesús reta a sus detractores a contemplar su propia necesidad de misericordia y, una vez dispersada la turba, le concede a la mujer la oportunidad de reconocer su error otorgándole el perdón y un nuevo comienzo. Le dijo claramente: "Vete; desde ahora no peques más".

J

esús destaca la discrepancia entre una vida desviada y el reto de encaminarse hacia la virtud. Esta actitud y directiva  de Jesús no es solo un ejemplo de perdón, sino también una directa exhortación a vivir una vida transformada.  

           

La narrativa construye una clara dicotomía entre el acto de condena y el ofrecimiento de un camino de redención y transformación, lo que refleja una comprensión profunda de la misión restaurativa de Jesús. La conclusión conecta el incidente con el tema más amplio del perdón y la renovación espiritual dentro del contexto del reino de Dios.

 

Así pues, la Escritura alza el matrimonio como una cumbre de bendiciones celestiales, un jardín donde florece la fidelidad, mientras que mira más allá del cerco de este santuario conyugal para identificar y condenar prácticas sexuales que se alejan de este enclave bendito, posicionándolas como en desacuerdo con el diseño y los deseos originales del Creador para la humanidad. A continuación un breve listado de las prácticas sexuales condenadas por las Escrituras acompañadas por un breve comentario.

 

Adulterio

Éxodo 20:14 – "No cometerás adulterio". 

El adulterio, según la enseñanza bíblica, ocurre cuando una persona casada tiene relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge. Se considera una violación grave del pacto matrimonial, una traición a la confianza y a la promesa de fidelidad. El adulterio es visto no solo como un pecado contra el otro cónyuge, sino también como un acto que deshonra a Dios, quien estableció el matrimonio como una unión sagrada. Además, el adulterio acarrea consecuencias sociales, como el descrédito y la desconfianza dentro de la comunidad, y puede provocar una disolución del núcleo familiar, causando daño no solo a los implicados, sino también a los hijos y la sociedad en general.


La respuesta bíblica al adulterio, sin embargo, también ofrece un camino hacia la redención a través del arrepentimiento y la gracia divina. Aunque las acciones tienen serias repercusiones, la narrativa bíblica enfatiza que la misericordia de Dios puede restaurar a aquellos que buscan genuinamente el perdón y se esfuerzan por enmendar sus caminos, tal como se ilustra en la historia de la redención de la adúltera en el Nuevo Testamento (Juan 8:11).


Es importante recalcar el daño profundo del adulterio, que en el tapiz de la vida conyugal, tejido con hilos de compromiso, el adulterio aparece como una rasgadura que deshila la unidad sagrada. Es como una tormenta que perturba la paz del hogar, dejando tras de sí un rastro de corazones rotos y promesas disipadas. Aun así, en el corazón del arrepentimiento y la búsqueda de la gracia divina, puede encontrarse el hilo dorado del perdón y la posibilidad de remendar lo que fue desgarrado.


Fornicación

1 Corintios 6:18-20 – "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que una persona cometa, está fuera del cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo".


La fornicación se refiere a las relaciones sexuales practicadas fuera del vínculo matrimonial. La Biblia la condena como una forma de inmoralidad que no solo deshonra el diseño divino para la sexualidad, sino que también se describe como un pecado contra el propio cuerpo del individuo, que es el templo del Espíritu Santo.


La Biblia aborda la fornicación como un acto que va en contra del plan divino para la sexualidad humana. Las consecuencias de tal comportamiento incluyen la impureza espiritual y el daño a la propia integridad del cuerpo. Esto se traduce en un distanciamiento de la comunión con Dios y una mancha en el testimonio personal ante los demás.


Además, las escrituras sugieren que la fornicación puede llevar a consecuencias comunitarias, incluyendo la desintegración de las normas sociales y familiares, y una mayor propensión al conflicto y al sufrimiento emocional.


Aquellos que danzan fuera de la sagrada unión matrimonial, se mueven al ritmo de la fornicación, una melodía que resuena más allá del compás establecido por el Divino Compositor. Las secuelas son el eco solitario que retorna al alma, un recordatorio de un camino divergente que fue trazado lejos de los jardines prometidos y dentro de los bosques de sombras pasajeras.


Homosexualidad y lesbianismo

Levítico 18:22 – "No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer; es una abominación".  Romanos 1:26-27 – "Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas. Incluso sus mujeres cambiaron el uso natural por el contrario a la naturaleza. Y de la misma manera también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros".


Estos pasajes son una condena a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. En el contexto del Antiguo Testamento, tales actos eran considerados contrarios a las leyes ceremoniales y morales de Israel. En el Nuevo Testamento, Pablo aborda el tema en el contexto de comportamientos que él ve como resultado de alejarse de Dios. La consecuencia de la homosexualidad practicante produce una desviación del orden establecido por Dios para las relaciones humanas. Esto resulta en una alienación de la comunidad de fe y del favor de Dios.

La homosexualidad, en la Escritura, se encuentra en páginas donde las leyes divinas pintan un firmamento de orden estrellado y preciso. Como el pintor que elige los colores del amanecer y el atardecer, la tradición (enseñanza) bíblica establece patrones para la unión de dos almas, limitando su paleta a la unión de lo masculino con lo femenino.

           

En este lienzo, la homosexualidad se ha teñido como un matiz fuera del arcoíris prometido, llevando consigo la promesa de un diluvio de consecuencias, un reflejo de la distancia entre los actos humanos y los mandatos celestiales, resuenan en disonancia con la melodía del paraíso diseñado, una sinfonía de complemento y procreación. Las sagradas escrituras hablan de un amor que transciende la carne, sin embargo, en los parámetros de lo que se considera sagrado, la homosexualidad marca un desvío del camino que lleva al jardín de la aceptación divina. La consecuencia, como un velo oscuro, se posa sobre aquellos cuya existencia se despliega en la penumbra de lo que fue proclamado como ley en los días de antaño, un velo que solo el toque de la gracia podría retirar, invitando a todos bajo el sol del perdón infinito.


Incesto

Levítico 18:6-18 – Ninguno de vosotros se acercará a una parienta cercana suya para descubrir su desnudez; yo soy el Señor. No descubrirás la desnudez de tu padre, o la desnudez de tu madre. Es tu madre, no descubrirás su desnudez. No descubrirás la desnudez de la mujer de tu padre; es la desnudez de tu padre. La desnudez de tu hermana, sea hija de tu padre o de tu madre, nacida en casa o nacida fuera, su desnudez no descubrirás. La desnudez de la hija de tu hijo, o de la hija de tu hija, su desnudez no descubrirás; porque su desnudez es la tuya. La desnudez de la hija de la mujer de tu padre, engendrada de tu padre, su desnudez no descubrirás; tu hermana es. No descubrirás la desnudez de la hermana de tu padre; parienta de tu padre es. No descubrirás la desnudez de la hermana de tu madre; parienta de tu madre es. No descubrirás la desnudez del hermano de tu padre; no te acercarás a su mujer, tu tía es. No descubrirás la desnudez de tu nuera; es mujer de tu hijo, no descubrirás su desnudez. No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano. No descubrirás la desnudez de una mujer y la de su hija, ni tomarás la hija de su hijo ni la hija de su hija para descubrir su desnudez; son parientas. Es aborrecible. No tomarás mujer juntamente con su hermana, para que sea rival suya, descubriendo su desnudez mientras esta viva”.

 

Este largo pasaje detalla una lista de relaciones familiares cercanas con las cuales está prohibido tener relaciones sexuales. El incesto es definido bíblicamente como relaciones sexuales entre parientes cercanos. La prohibición abarca una variedad de relaciones consanguíneas y, en algunos casos, relación política. El incesto es condenado no solo por su inmoralidad sino también por el peligro que representa para la integridad y la santidad de la familia. El incesto es claramente prohibido, marcándolo como una corrupción del orden social y familiar que Dios ha establecido. Los que cometen incesto, de acuerdo con la ley bíblica, enfrentan el ostracismo social y las maldiciones divinas, representando una violación de los límites que protegen la integridad y la salud de las relaciones familiares.


La seriedad con que se trata el incesto en la Biblia refleja la importancia de las estructuras familiares y el bienestar de la comunidad. Las consecuencias de tales acciones no son solo individuales sino que afectan a toda la comunidad, llevando a la confusión de roles familiares y a la degradación del respeto mutuo que es fundamental para la vida comunitaria en consonancia con los mandamientos bíblicos. Este acto va en contra de la intención original de la naturaleza y retuerce el desarrollo del linaje familiar, creando conexiones complicadas y dañinas que son difíciles de desenredar.


Bestialidad

Éxodo 22:19 – "Cualquiera que tenga relaciones sexuales con un animal debe ser condenado a muerte".


El acto de bestialidad es visto en la Biblia como una transgresión extrema del orden creado, una violación de la buena creación de Dios y una degradación de la dignidad humana que Dios ha conferido. Las consecuencias de tal acto son severas, llevando a la contaminación del individuo y, en el contexto de la ley antigua, a la pena de muerte.

En términos espirituales, la bestialidad es representativa de una pérdida total de la orientación moral y un rechazo completo del orden y santidad que Dios ha impuesto sobre la creación.


La sanción extrema refleja la seriedad con que la comunidad bíblica trataba tales actos, considerándolos totalmente fuera de los límites de la conducta permisible y destructivos. Como un sol que nunca debiera cruzar cierto horizonte, el incesto rompe el ciclo natural de las relaciones familiares, desviando la luz que debiera iluminar el crecimiento y el cuidado mutuo hacia sombras de confusión y daño. Este acto que corrompe el diseño de la creación provoca que el árbol de la familia crezca torcido, sus ramas entrelazadas en nudos difíciles de deshacer.


Prostitución

Levítico 19:29 – "No profanes a tu hija haciendo de ella una prostituta, para que la tierra no se entregue a la prostitución y se llene de maldad". 1 Corintios 6:15-16 – "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Tomaré, entonces, los miembros de Cristo y los haré miembros de una prostituta? De ninguna manera".

 

La prostitución es vista como una forma de profanación del cuerpo y, por extensión, del cuerpo colectivo de la iglesia, que debería estar dedicado a Cristo. En el Antiguo Testamento, se relaciona además con la idolatría y se considera una corrupción de la comunidad. En la Biblia, la prostitución es a menudo asociada con la idolatría y la infidelidad espiritual. Es vista como un desvío del propósito y la dignidad de la sexualidad humana, teniendo consecuencias espirituales graves como la separación de la relación con Dios y el compromiso con prácticas idólatras. Además, la prostitución podría erosionar la integridad moral y el testimonio de la comunidad de fe, llevando a la impureza y a la pérdida de la santidad comunal.


A nivel social, la prostitución es retratada como una influencia corruptora y desestabilizadora, que amenaza la estructura familiar y moral. Sin embargo, la Biblia también ofrece narrativas de compasión y restauración para aquellos involucrados en la prostitución, como se ve en la historia de Rahab, y Jesús mismo mostró misericordia y aceptación hacia aquellos que eran marginados por tales actividades.


En el entrelazado relato bíblico, la prostitución se revela frecuentemente como el intercambio desesperado de almas errantes y corazones en desamparo, canjeando su esencia por el sustento temporal. Sin embargo, incluso en el velo más espeso de la noche, persisten luceros de esperanza que proyectan destellos de redención y anuncian el amanecer de un renacer, portando las promesas de un fresco inicio.


Violación

Deuteronomio 22:25-27 – "Pero si el hombre encuentra en el campo a la joven prometida, y el hombre la fuerza y se acuesta con ella, entonces solo el hombre que se acostó con ella morirá".


La violación es reconocida como un acto de violencia y un grave delito en la ley bíblica. Se distingue como una injusticia tanto hacia la víctima como un pecado contra la comunidad y Dios. Las leyes del Antiguo Testamento establecen castigos severos para el violador, subrayando la gravedad de este crimen.

 

A nivel comunitario, la violación es un acto que corrompe y rompe el tejido social, erosionando la confianza y el respeto entre las personas. Las escrituras abogan por la protección de los vulnerables y la justicia para las víctimas, destacando la necesidad de un entorno seguro y respetuoso que refleje el amor y la justicia de Dios. La respuesta bíblica tradicional a la violación es un claro reflejo de la gravedad con la que se considera la agresión sexual y la importancia de la justicia y el cuidado para las víctimas.


La violación es el trueno brutal en una noche tranquila, un acto violento que rompe la sinfonía de la paz y la dignidad humana. La respuesta bíblica a tal acto no es solo la búsqueda de justicia severa sino también un manto de consuelo y curación que cubre a los que han sido despojados de su santuario de seguridad, ofreciendo un faro de luz en la más oscura de las tormentas.


Hemos discutido brevemente siete desviaciones sexuales, concluyendo que estas actúan como disonancias que perturban tanto la melodía como la armonía del orden establecido por Dios. La flagrante exaltación de estas prácticas se asemeja a tocar las partituras de una sinfonía al revés y desincronizadas con el director. Esta desestabilización social contribuye solo a "robar, matar y destruir" (Juan 10:10).

           

Conclusión:

En el telar del tiempo, los hilos de la sexualidad tejidos por la narrativa bíblica han trascendido épocas y culturas, ofreciendo un patrón para entender nuestra propia humanidad. No es solo una cuestión de origen y función, sino una expresión de conexión: con nosotros mismos, con otros y con lo divino. La Biblia, con su poética y sus preceptos nos ofrece un manual de navegación para explorar la complejidad del amor humano, la fidelidad y la procreación, respetando la dignidad que nos ha sido otorgada. Al celebrar la unión matrimonial, honrar la santidad de la intimidad y adherirnos a las orientaciones que buscan proteger y enaltecer la expresión sexual, la sabiduría bíblica nos llama a vivir con una perspectiva que va más allá del placer efímero, hacia una alegría y un propósito duraderos. Hoy día, en medio de un horizonte en constante evolución de comprensiones y manifestaciones sexuales, las verdades consagradas en la Escritura perduran como un faro que alumbra la senda hacia una experiencia sexual vivida con integridad y respeto, procurando una conexión más intensa y significativa con el tejido mismo de la existencia.


 

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